Liderazgo político y nueva Constitución

No hay político o política, que se atreva a sostener en público que no hay necesidad de cambio constitucional, pero eso no quiere decir que la clase política se encuentre en condiciones óptimas para liderar el actual proceso de reforma. Más bien pareciera que el momento los pilla desorganizados, sin ideas claras y que sus propuestas tienen un inconfundible aroma a improvisación. Lógicamente, frente a una coyuntura electoral, los partidos dedican sus mejores recursos a la búsqueda de votos; pero es preciso constatar que la clase política se ha rehusado metódicamente a encarar el agotamiento del actual esquema constitucional.

Ante el innegable avance del sector de la opinión pública que demanda un compromiso efectivo con el cambio de estructuras fundamentales, los políticos han buscado últimamente, y buscarán en lo sucesivo, posicionarse como adalides de un movimiento que los lleva a rastras. Como no puede haber un cambio de esta magnitud sin una participación decidida de la clase política, o parte de ella, cabe reflexionar sobre las formas que el liderazgo político puede adoptar en este proceso.

Para empezar observamos que mientras algunos no están dispuestos más que a ofrecer declaraciones tímidas, tratando de restarle importancia a la cuestión, otros se suman al movimiento a favor de la Nueva Constitución motivados más por razones de oportunismo o demagogia que por convicciones democráticas.

De la parte más sana de la clase política la sociedad espera una reacción más inteligente. ¿Cómo deben comportarse los líderes políticos en los procesos de cambio que atañen a las estructuras más básicas del régimen constitucional? ¿Deben seguir a pie juntillas lo que establecen las normas, o deben hacer más bien uso de su genio e imaginación?

Como una cuestión de hecho hay que anotar que las constituciones de 1904, 1941, 1946, 1972 y las profundas reformas de 1983 no siguieron ninguna norma constitucional. Se dice con mucha frecuencia que esas constituciones fueron el producto de una crisis. Falso. Hubo crisis en otros momentos y lo que siguió a continuación no fue una nueva carta fundamental.

Esas constituciones fueron el producto de la creatividad del liderazgo político, aunque con signos ideológicos muy diversos, para enfrentar los retos de la época y no sólo para calmar una tempestad coyuntural. El caso más elocuente es el de la primera presidencia de Arnulfo Arias Madrid.

La Constitución de 1904, que fue el producto de un acuerdo entre liberales y conservadores para darle fundamento político formal al Estado recién fundado, fue reformada 10 veces entre 1906 y 1928, por el método de las dos asambleas. Es decir, el acuerdo entre liberales y conservadores que creó la república, hizo la Constitución y la reformó con la frecuencia con que fue necesario.

En la década de los 30 se agudizaron las necesidades de renovación y la Asamblea Nacional nombró una comisión de reformas constitucionales. Se elaboraron al menos dos proyectos, sobre los cuales no se llegó a ningún acuerdo, lo que evidenciaba la fractura sufrida por la clase política luego del golpe de Acción Comunal en 1931. Hacia finales de esa década estaba muy claro que ya no se podía continuar con la misma Constitución y que los grupos políticos no tenían la capacidad de utilizar los mecanismos institucionales de reforma que requerían de una concertación política.

Una de las primeras tareas que emprendió Arnulfo Arias, al asumir la Presidencia de la República el primero de octubre de 1940, fue la integración de una comisión de reformas constitucionales con algunos leales colaboradores. Moscote, el máximo constitucionalista de la primera mitad del siglo, conocido por sus trabajos preparatorios para la reforma constitucional, al no ser cercano al partido de gobierno, quedó excluido de la elaboración de aquel proyecto.

En cuestión de semanas, la comisión presentó el texto solicitado por el Ejecutivo y a continuación Arias lo envió a la Asamblea Nacional donde recibió su aprobación. Pero para que dicha Constitución entrara en vigencia se necesitaba aguardar cuatro años, de modo que la Asamblea que debía elegirse en 1944 le impartiese su aprobación final.

Arias no estaba dispuesto a esperar. Así expidió un decreto con fecha 26 de noviembre en el que convocaba a los panameños (no así a las panameñas) para que el 15 de diciembre decidiesen mediante el voto si querían o no la Constitución propuesta por el Ejecutivo.

Independientemente de la discusión sobre la pureza del sufragio en aquellos escrutinios (el 98% de los votos válidos fueron por el "SI"), hay que concluir que Arias gozó de un amplio respaldo popular en su proyecto constitucional. La Constitución así aprobada entró en vigencia el 2 de enero de 1941, por medio de decreto ejecutivo, en medio de lo que se asemejaba a una revolución social dirigida por la Presidencia de la República.

Los dos elementos que caracterizaron este proceso político fueron un fuerte liderazgo político y un amplio consenso en el contenido de la reforma. La participación ciudadana, por el contrario, fue de relativamente baja intensidad.

Desde entonces, y en varias ocasiones, se ha cuestionado el proceso constituyente de 1940 emprendido por Arnulfo Arias por una cierta proclividad cesarista en su concepción de la democracia. Es cierto que dicha Constitución extendía su periodo a 6 años. Quizás lo que debemos evaluar con más detenimiento es hasta qué punto existía una ciudadanía organizada, una sociedad civil (como la llamaríamos hoy), capaz de hacer aportes significativos en cuanto a los nuevos rumbos.

El Movimiento Frente Patriótico no se inició antes de 1943 y el primer congreso de la Federación de Estudiantes de Panamá (FEP) tuvo lugar en 1944. La Universidad de Panamá que había iniciado labores en 1935 comenzó a graduar las primeras generaciones de profesionales a partir de 1940.

Hay dos excepciones de las que dar cuenta: el movimiento feminista y el sindicalismo, que están en cierto modo imbricados. Desde 1923 las mujeres panameñas manifestaron su beligerancia en la vida pública del país a través de la fundación del Partido Nacional Feminista; no obstante, el movimiento había sido combatido y desmovilizado por la administración de Juan Demóstenes Arosemena (1936-1939).

Aunque las mujeres panameñas habían tenido una amplia participación en la lucha inquilinaria y en importantes movimientos huelguísticos, su principal lucha en esos momentos era el derecho al voto y como Arias estuvo dispuesto a reconocerlo (si bien de forma mediatizada pues sólo a las mujeres "educadas" se les concedió votar) el discurso político del feminismo panameño fue momentáneamente subsumido por el proyecto de Estado social impulsado por Arias.

El movimiento obrero tenía una presencia social, sí, pero sin una oferta política concreta y sin un discurso competidor en la arena pública. Además, las propuestas sociales de Arias ciertamente eran atractivas para la clase obrera.

Si la Constitución de 1941 no fue el resultado de un amplio proceso de participación popular es probablemente porque la sociedad civil no tenía la fortaleza para constituirse en un actor en ese proceso. Por contraste, Arnulfo Arias tenía la visión para sumar a las grandes mayorías de panameños a su proyecto, y la garra para conducir y llevar a feliz término la renovación del orden constitucional.

La Constitución de 1941 tenía graves defectos; el más prominente es la discriminación contra las etnias afroantillana y china, pues despojaba de la nacionalidad a un número importante de panameños, impedía que sus generaciones más jóvenes se incorporaran a la panameñidad y prohibía y limitaba su ingreso al país. Es allí donde muestra sus colmillos el autoritarismo que es inseparable de aquel proceso constituyente.

En conclusión: no necesitó Arnulfo Arias una norma constitucional que le dijese lo que tenía que hacer; su intuición política supo identificar claramente que el mandato popular avalaba la renovación constitucional, que era una necesidad sentida desde hacía una década. Entiende muy poco de las constituciones, de la historia y de la sociedad el que sostiene que lo que hizo Arias fue simplemente inconstitucional.

Indudablemente, el país no cuenta hoy con un liderazgo político de la calidad del de aquella coyuntura irrepetible. Sí hay, por el contrario, una sociedad civil organizada que, pese a sus debilidades, ha logrado desarrollar un liderazgo ciudadano que será un buen aliado de cualquier gobernante honesto que se atreva a actuar con responsabilidad y determinación.

Los políticos de hoy pueden buscar sumarse a ese liderazgo ciudadano o rivalizar ante el público. Lo que no pueden hacer es darse el lujo de ignorarlo.
____________________________________
El Panamá América, Martes 21 de octubre de 2003